Francisco González Tejera
En la plaza de mi pueblo dijo el jornalero al amo, “nuestros hijos nacerán con el puño levantado” Canción popular republicana
De su mano recorría callejuelas de Tamaraceite y la barriada de Guanarteme, conocí bares sin mesas ni sillas donde se tomaba el pizco ron, para mí un Vaya-Vaya de naranja, conversaciones de futbol, de su Atleti del alma y rojas palabras en baja voz, sobre camaradas presos, el Socorro Rojo, la tortura, el miedo a los chivatos de la policía del régimen fascista. Así recuerdo a mi abuelo, Juan Tejera, así sencillo, jovial, bromista, comprometido. Sus manos encallecidas de picador de piedras en canteras sin maquinaria, su pierna destrozada, aplastada por un risco de toba basáltica. Ese era Juan el comunista de Tamaraceite, que me dio otro punto de vista al que me daban en un colegio maltratador y reaccionario, descubrir que dos y dos a veces no son cuatro en la memoria popular, que un mundo mejor estaba al otro lado del planeta, su Cuba querida, El Che, Fidel, la Unión Soviética de la acogida, de la solidaridad internacionalista con los vencidos de la legítima República masacrada y asesinada.
Un día nos sorprendió el “Cara al Sol” en un cementerio y el no quiso cantarlo, no levantó el brazo del saludo fascista y se apartó del grupo, salimos del viejo recinto mortuorio de San Lorenzo y un policía nos miraba con ojos enrojecidos de odio y pavor. Mi abuelo no le quitó la vista, lo miró fijamente sin parpadear hasta que el esbirro dio media vuelta y bajó la metralleta. Amaba a su compañera, Francisca, que le dio cuatro hijos y una hija en los tiempos del hambre y la miseria de la postguerra, los años de cárcel, donde mi abuela le decía a sus hijos descalzos cuando iban a verlo que su papá estaba en un hospital, que por eso estaba tan flaco y con los ojos tan tristes.
Fue uno de los que en el golpe de estado de julio del 36 se apostaron en la telefónica de Tamaraceite para estar en contacto con el gobierno civil, evitando que los falangistas usaran este teléfono. Allí mismo recibieron al Diputado comunista, Eduardo Suárez, en su viaje desesperado al norte de Gran Canaria, obedeciendo sus ordenes de mantenerse concentrados en la Carretera General de forma pacífica. Solo por eso lo condenaron a muerte, llegando un indulto que supuso una pena de 50 años de cárcel, de torturas en el campo de concentración del Lazareto. Me contaba Papa Juan los golpes de los cabos de vara, los trabajos forzados, el hambre, los traidores como un antiguo alcalde del PSOE en Las Palmas, beneficiados con apellidos nobles que eran presos de primera, mientras los obreros y proletarios eran de segunda. El momento en que se llevaron al alcalde, Juan Machado y a sus cuatro camaradas, entre ellos mi otro abuelo Pancho, al campo de tiro de La Isleta para fusilarlos, su despedida, los abrazos a las 6 de la mañana, las lagrimas, los recados y peticiones para sus hijos abandonados y huérfanos prematuros.
Todo eso lo vivió mi abuelo Juan, tantas miserias, tanto odio y un afán porque su nieto tomara conciencia, fuera un revolucionario como Guevara, como Juan García “El Corredera”, como su amigo, Germán Pírez. Todavía recuerdo su relato sobre Dolores “La Pasionaria”, cuando la vio en un mitin, como hablaba esa mujer me decía, cuanto sentimiento de amor llevaba en sus palabras, fuerte mujer terrible, luchadora por los derechos de los desheredados de la tierra.
Mi abuelo murió con casi 80 años poco después de ver morir a su compañera del alma, ya la tristeza de su ausencia fue insoportable y me decía que la vida sin ella no tenía sentido, que mejor marcharse bajo la tierra y no regresar a un mundo tan injusto. Unos meses antes el comprometido periodista y amigo, Federico González Ramírez, le hizo una magnifica entrevista en Canarias 7, una interviú de lagrimas y denuncias a caciques asesinos y traidores, que vendieron a sus camaradas para salvar su pellejo, donde pidió a la clase trabajadora que nunca votaran a las derechas.
Así era mi abuelo, Juan Tejera Pérez, un hombre más, un generoso ser humano, un luchador por la libertad, la democracia y la fraternidad entre los pueblos. Me ha quedado su recuerdo imborrable, unas manos que me llevaron por una ciudad inolvidable, por playas, campos y cines de tarde, donde yo ahora llevo a mi hija y le infundo la misma conciencia. Un Juan de todos, amigo de la liberación de los pueblos, partidario de sembrar semillas de emancipación, soberanía, solidaridad y ternura revolucionaria.
jueves, 16 de julio de 2009
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