Por su interés, reproducimos el artículo siguiente:
Desarrollismo, sostenibilidad o decrecimiento
Antonio Morales*
El Informe de Sostenibilidad en España en 2009 certifica que, de 165 indicadores utilizados como referencia para medir su sostenibilidad ambiental, este país muestra resultados negativos en 95 de ellos y en otros 29 se encuentra en “situación no definida o difícil de evaluar”. En algunos de los indicadores en los que se ha mejorado (emisión de gases de efecto invernadero o generación de residuos) ha influido positivamente la crisis económica que sufrimos en estos momentos. Según los datos de este informe presentado recientemente, Canarias se sitúa muy por debajo de la media de las Comunidades Autónomas a la hora de cumplir con estos indicadores. Para Luis Jiménez, director ejecutivo del Observatorio de la Sostenibilidad en España (OSE), es absolutamente necesario cambiar nuestro modelo productivo ya que es altamente insostenible: “hay que pedirle a los políticos más voluntades políticas para caminar hacia un modelo de desarrollo sostenible, pero también voluntad ciudadana para cambiar los hábitos y modelos de consumo. Consumir de una forma más sostenible no significa renunciar al bienestar”.
Recientemente el Gobierno de España ha presentado una Ley de Economía Sostenible basada en un sinfín de “buenasintencionesinconcretar” que chocan directamente con la ejecución de las medidas reales que se toman cada día para propiciar alternativas a la situación que padecemos. En Canarias sucede otro tanto de lo mismo: se aprueban unas Directrices que actúan como un bumerang contra el interés general y la salvaguarda del medio natural y más tarde se aderezan con una Ley de Medidas Urgentes que pone la puntilla al control del desarrollismo en el que nos movimos y nos seguimos moviendo y, para más INRI, se descatalogan arbitrariamente especies protegidas abriendo así la veda a nuevas aberraciones que nos ponen la piel de gallina. Y no digamos nada de los que sucede en el resto del Planeta: fracaso de Copenhague y vuelta a las andadas de los sistemas financieros -tras haberse birlado los dineros públicos- y del capitalismo más duro a lomos del neoliberalismo más genuino…
Es la cruda realidad. Ante la crisis, ante todas las crisis (económico-financiera, alimentaria, medioambiental, energética, militarista…) nos situamos frente a un panorama mundial de gobiernos que dan palos de ciego, incapaces de plantear un nuevo modelo estructural alternativo, incapaces de plantar cara a un capitalismo que nos está llevando a una situación altamente crítica que pone en riego la supervivencia de la Tierra y, sobretodo, unos gobiernos cuya miopía les impide ver más allá de un mercado que nos asfixia, aunque cada vez más conscientes de que un amplio sector de la sociedad mundial se ha ido rearmando hasta ir tomando posiciones de fuerza que cuestionan y condicionan determinadas políticas continuistas y suicidas.
Es por eso y sólo por eso que ya muchos partidos y administraciones, sin ningún tipo de pudor, se han apropiado del término “sostenible”, aplicándolo a cualquier práctica política, incluso a aquellas que atentan directamente contra el futuro de la Humanidad y el Medio Ambiente. Chirría escuchar en estos momentos a prohombres del capitalismo hablar de propuestas de desarrollo sostenible sin sonrojarse; chirría contemplar cómo un crecimiento desaforado puede ser edulcorado de “sostenible” para suavizarlo ante la opinión pública; chirría una Ley de Economía Sostenible que elimina el apoyo a las renovables o disminuye las aportaciones a la ciencia y a la investigación; chirría oír al presidente de Canarias proponer un proyecto de desarrollo sostenible para este archipiélago…
Quizás es por esto por lo que en estos momentos van ganando posiciones nuevas corrientes científicas, económicas y filosóficas que hablan de economía sana, decrecimiento o crecimiento cero y de las que muchos teóricos sitúan el origen en las investigaciones del rumano Nicholas Georgescu-Roegen, creador de la bioeconomía, allá por los años sesenta y setenta. Para este matemático y economista, autor de “La Ley de entropía y el proceso económico”, el crecimiento perpetuo es imposible y el agotamiento de los recursos no se puede sustituir por adelantos tecnológicos: “antes o después el crecimiento, la gran obsesión de los economistas estándar y de los marxistas, tiene que terminar. La única pregunta abierta es cuando”.
Entre otros, Clive Hamilton, en su libro “El fetiche del crecimiento” se cuestiona el modo de vida y de desarrollo del capitalismo que absorbe al individuo y lo aleja de una deseable política del bienestar en la que todos los seres humanos puedan llevar una vida que valga realmente la pena. Es lo que sostiene también el filósofo norteamericano John McMurtry: “Se debe volver a pensar la actividad económica a partir de las necesidades de los seres humanos y del ecosistema. Todos sabemos hasta que punto la mano invisible es ciega ante las exigencias de justicia social y ecológica. No es difícil comprender que todo ello conduce a un colapso social y ecológico inevitable”.
Herman Daly, el padre de la Economía Estacionaria, plantea que “lo discutible es si el crecimiento, en el margen actual, nos está haciendo en verdad más ricos. En la medida en que el crecimiento de las dimensiones físicas de la economía humana empuja más allá de la escala óptima relativa a la biosfera, nos hace de hecho más pobres”. Para uno de los más significados defensores de esta teoría, el filósofo francés Serge Latouche “la apuesta del decrecimiento es empujar a la humanidad hacia una democracia ecológica” y defiende la utopía local como modelo transformador. “Para Europa, y para España en concreto,-dice- volver a la impronta ecológica de los años 70 no significa regresar a las cavernas. En los 70 comíamos igual o incluso mejor que hoy. Ahora consumimos tres veces más petróleo y energía para producir las mismas cosas que entonces. La diferencia es que el yogur de hoy, por ejemplo, no tiene nada que ver con el que consumíamos hace treinta años. El de antes se hacía con la vaca del vecino y el de ahora lleva 9.000 kilómetros detrás. Sin contar que pagamos por otros servicios incorporados, como el embalaje y el envasado”. Y podríamos seguir citando a Vincent Cheynet (“la crisis ecológica ha revelado el callejón sin salida, político, cultural, filosófico, en el que ha caído nuestra civilización”) Bernard Lietaer, Ernst von Weisakcker, Mauro Bonaiuti, etc.
Frente al fetiche del PIB esgrimido por el capitalismo y por la economía convencional, -la misma que no nos advirtió del caos y la misma que poca soluciones tiene en sus manos para hacernos salir de él-, ese PIB que sólo tiene en cuenta el aumento de la producción y la venta de bienes y servicios sin valorar el bienestar y la salud de los ecosistemas, otros modelos de indicadores nos hablan del grave momento que vivimos. El Índice de Progreso Genuino evidencia la no correspondencia entre el crecimiento económico y un mayor bienestar social y distingue las actividades económicas que producen beneficios de aquellas que producen daños. Establece que un crecimiento económico más allá de un punto puede ser dañino y antieconómico. El informe anual del Worldwatch Institute, la Encuesta Mundial de Valores, incide en que mayor riqueza no siempre corresponde con mayor bienestar y que este ritmo desenfrenado de crecimiento pone en riesgo la salud de la Tierra y acrecienta las diferencias que separan al 28% de la población mundial pudiente del 72% restante cuyo único objetivo es sobrevivir. Por la misma senda caminan el Índice de Desarrollo Humano de la ONU o el Índice de Bienestar Económico Sustentable entre otros.
En fin, no son sino algunos ejemplos de científicos y de organizaciones que aportan reflexiones alternativas a un modelo de crecimiento que nos lleva inevitablemente a un callejón sin salida, a menos que tengamos el coraje y la lucidez necesaria para evitarlo.
*Alcalde de Agüimes
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