Un pueblo con dignidad
Francisco González Tejera
La cultura de un pueblo se mide por la capacidad de guardar en su memoria colectiva gran parte de su historia. La dignidad de las personas que vivimos en un lugar humilde no tiene nada que ver con las que sobreviven perdidas en grandes urbes insensibles e inundadas de ruido y contaminación. Espacios de cemento y hormigón alejados del canto de los pájaros y del saludo amable, junglas de asfalto donde ya casi no existen los sueños.
El urbanismo especulativo ha ido acabando con toda esa magia de los pueblitos que formaba parte de la idiosincrasia de sus habitantes. Precisamente en donde vivo y con el avance de las construcciones se camina de forma progresiva hacia la perdida de esa identidad. El cemento arrasa y acaba con antiguas fincas agrícolas, antes vergeles de frutales y plataneras y ahora templos de hormigón. Espacios naturales protegidos como la Montaña de San Gregorio sufren el destrozo de la edificación indiscriminada de bloques de viviendas construidas ilegalmente, eriales sin casi servicios, sin transporte público, sin tiendas y con cientos de casas vacías, en venta porque sus vecinos no pudieron pagar el robo a mano armada de los préstamos hipotecarios.
Ciertos políticos y sicarios viven de los pelotazos urbanísticos. Esos cuatro años de gobierno pueden valer de mucho si dan con el constructor mafioso adecuado, aquel que pasa millones en bolsas de plástico o maletines a cambio de recalificaciones y vulneración de leyes de impacto ecológico o espacios naturales. Por eso mucha gente contemplamos con tristeza esta montañita mágica, fortaleza aborigen del valle de Atamarazayt, antes del municipio de San Lorenzo, ahora en manos de entidades bancarias y constructoras, antes un paraíso donde las familias de Tamaraceite pasábamos tardes de meriendas y juegos entre los árboles centenarios y las leyendas de nuestros ancestros, ahora un espacio destruido, contaminado, con sus barrancos y cardones enterrados en cemento armado, en residuos de la codicia de los que viven para llenar sus cuentas corrientes con dinero manchado de sangre y naturaleza.
Afortunadamente en este rincón de la isla de Tamarán queda mucha gente honrada que lucha por sus derechos, un colectivo de padres y madres que logran gracias a su esfuerzo y tenacidad que un colegio desahuciado se restaure y sea de nuevo un templo del saber, que vecinos y vecinas de “Los Bloques” que llevan el nombre del patronato creado por el dictador caminen juntos para conseguir la tan ansiada calidad de vida, el derecho a una vivienda digna que establece La Carta Magna, para que las generaciones futuras crezcan en armonía y sin esa marginación histórica creada en los despachos más lúgubres de regidores y políticos sin escrúpulos.
Sobran los motivos para celebrar el esfuerzo colectivo de quienes se resisten a ser vencidos por los tentáculos de este sistema depredador, la gente sencilla de nuestro pueblo que se merece todos los homenajes porque son parte de esa red que teje un mundo mejor repleto de justicia, igualdad y fraternidad. Personas honestas al margen de la generalizada corrupción política, un oasis de esperanza en medio de la desolación. Todo un honor vivir en un barrio humilde, en un pueblo con historia y dignidad.
http://viajandoentrelatormenta.blogspot.com/
lunes, 4 de abril de 2011
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