domingo, 6 de julio de 2008

La montaña mágica


A Famara en su viaje por la Tierra.



Cuando vamos a esa montaña y la recorremos percibimos el brillo del cielo, las inmensas vistas, los barrios pequeñitos dispersados como en un mapa imaginario: Piletas, La Suerte, Tenoya, Los Giles, San Lorenzo, Tamaraceite y carreteras como canales transitados por hormigas en forma de coches y guaguas desesperadas por llegar a alguna parte. Desde esa paz y en medio de cuentos de hadas y gnomos recorro con mi hija esa montaña mágica y perdida, que casi nadie conoce, pero que si han destruido parcialmente con promociones inmobiliarias acordadas en oscuros despachos, respaldadas por políticos que son incapaces de sentir la pureza de la madre tierra.

Famara y yo buscamos lugares comunes, nos perdemos entre acebuches, tabaibas, guaidiles, inciensos morunos y jugamos a principes azules y ogros buenos, a brujas que un día hechizaron todo un castillo hasta el día glorioso de la liberación en forma de un gesto de amor, un beso que puede hacer volar todo mal entre los nubarrones de cualquier tarde de verano. Recorremos esa querida montaña de mi infancia, sentimos el alicio en nuestro rostro y observamos las aves que no renuncian a seguir siendo libres entre flores, olores y restos de un pasado aborigen, de un pueblo conquistado y adoctrinado por la espada y por la cruz.

Por eso en los Altos de San Gregorio queda una ermita y un granero muy antiguos, construidos sobre los restos de un poblado troglodita con varias cuevas artificiales de planta cruciforme, canalillos, silos abotellados, restos de casas de piedra seca. Una instalación religiosa ideada por los "cerebros" de la conquista, para que los indígenas asumieran el catolicismo en los mismos lugares que adoraban a Alcorac, Magec, Achaman y a la propia naturaleza.

Ahora la montaña está acosada por el cemento y la especulación, rodeada de bloques de pisos, tractores, grúas y mucho dinero negro para blanquear en pro del beneficio de constructores y políticos sin escrúpulos. La montañita de siempre, donde nuestros abuelos recogían plastas de vaca y leña para hacer la comida, está siendo arrasada con el beneplácito del Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria, en el territorio del reprimido y desaparecido Ayuntamiento de San Lorenzo.

Famara no entiende lo que está pasando, solo sigue jugando, imaginando un mundo de animales que hablan, princesas, dragones legendarios. Seguimos imaginando cuentos, historias donde la fantasía nos hace pararnos en cualquier cueva, en un trocito de bosque, en galerías de agua, en árboles gigantes que han visto pasar cientos de años en una tierra basáltica, pura, limpia, que no merece ser destruida por intereses puramente económicos.

La Montaña de San Gregorio en Gran Canaria es parte de la Tierra, como también lo es la selva Amazónica, Taburiente, el Gran Chaco, el Kalahari. Es un patrimonio de nuestros hijos, de toda la humanidad que no debe desaparecer, que debe permanecer para siempre como santuario de los sueños de nuestros antepasados, de los que casi acaban de nacer y pretenden alcanzar el futuro con ansias de amor.

Francisco González Tejera

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